Había llegado el invierno. El agua del impluvium se había helado y en nuestros campos de cultivo parecía crecer ya sólo la nieve. Conversar era lo único que nos servía para llenar las largas horas de la tarde. Nos seguía inquietando el dar una nueva forma a las cosas, el transmitir de un modo distinto, el legarle a nuestra descendencia el valor seguro de la salud y del aprendizaje, de una forma física digna de los héroes olímpicos que otrora enardecieron a Atenas. Tantos planes se forjaron en el silencio de aquellas oscuras vísperas, a la luz de las lucernas… Las mejores horas de nuestra vida bien pudieron haber sido aquéllas.
Un día, sin embargo – debió de ser poco antes de Ianuarius – nuestra feliz monotonía se vio alterada por la llegada de los pueblos vagantes. Por entonces, no sabíamos muy bien de dónde venían, pero por todo el territorio se vio pasar a esos caminantes jóvenes y a sus familias, con los rostros marcados por el cansancio y los deseos de nuevas oportunidades, de nuevos proyectos y de una vida nueva.
Esa nueva época no es otra que ésta. Una época para los que esperan que el único modo de llevar adelante nuestro ideal humano es aportar una voz diferente, dotar a la realidad de una forma distinta, atrayente, inspiradora, fértil, que sirva no sólo para entender el mundo sino para transformarlo, para llevarlo un paso hacia adelante.
Nuestros mejores deseos para esta Navidad y el nuevo año – A Knowmad Progress
El blanco manto de la tierra se veló pronto, para adoptar el gris del barro, allá donde la multitud dejaba la huella decidida de sus pies, muchas veces desnudos. Hubo villas que se opusieron a su paso y hasta algún pater familias lanzó a sus guardias contra los caminantes. Nosotros, en cambio, seguimos fieles a nuestro universo de palabras, a nuestra firme fe en el poder de las ideas, incluso cuando la situación parecía abocar inexorablemente a la fuerza.
Hombres instruidos y mujeres sabias de aquella masa humana salían del camino y cruzaron a veces el vestibulum para unirse a nuestras sesiones vespertinas, trayendo un aire nuevo, y un nuevo bagaje de imágenes e historias, que aún hoy sigue sorprendiéndonos.
Más adelante, cuando avanzó el año en el que comprendimos que en aquellas latitudes, alejadas de nuestras charlas en el tablinum, había otros universos intrincados, que había lugares donde los meteoros hacían imposible la vida y, por todas partes, sometían a las poblaciones al hambre y la migración, donde la agresión y la guerra arrasaban las cosechas y acababan con la juventud… cuando avanzó – digo – aquel año de Nuestro Señor de 406, en el que, mientras celebrábamos la Navidad, tantos pueblos atravesaron el limes del Rin, pasando a pie por sus heladas aguas, nos dimos cuenta de que había nacido una época nueva.
Esa nueva época no es otra que ésta. Una época para los que esperan que el único modo de llevar adelante nuestro ideal humano es aportar una voz diferente, dotar a la realidad de una forma distinta, atrayente, inspiradora, fértil, que sirva no sólo para entender el mundo sino para transformarlo, para llevarlo un paso hacia adelante.
Desde aquellos días en que todo cambió, también nosotros nos hicimos nómadas. Dejamos la quietud y la fascinación de nuestra villa y nos llevamos nuestras conversaciones a una nueva geografía en movimiento, al mágico e inestable cosmos del camino. Y ahora somos nómadas del conocimiento en constante progreso hacia la creación, hacia la belleza y hacia la verdad.
A Knowmad Progress
Sailing without coasts.