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CÓMO SE CREÓ EL ROBINSON SOVIÉTICO

Ilf I., y Pietrov E., “Как Создавался Робинзон”, en 1001 День, или Новая Шахерезада, MiK, Moscú, 1994, pp. 357-361.

Cómo se creó el Robinson

por Ilia Ilf y Yevguienii Pietrof

Introducción

“Cómo se creó el Robinson” es una desternillante historia, que – hace ya bastantes años – me sirvió como uno de mis primeros ejercicios de traducción desde el ruso. Sus autores, pese a estar traducidos al español, no son demasiado conocidos entre el gran público. Ilia Ilf (1897–1937) y Yevguienii Pietrof (1903-1942) escribieron conjuntamente durante los años 20 y 30 del siglo XX y gozaron de una enorme popularidad por obras satíricas como Las Doce Sillas (1928) y su continuación El Becerro de Oro (1931).El relato que aquí se presenta pertenece a la divertida colección: 1001 Días o una Nueva Sherezade (1928).

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Traducción del ruso:
Pedro Piedras Monroy

En la redacción de la revista ilustrada «Aventura», le daban vueltas a la escasez de trabajos literarios capaces de atraer la atención del joven lector.

Había obras… pero ninguna era lo que realmente se necesitaba. Rezumaban demasiada seriedad baboseante. A decir verdad, nublaban el alma de los jóvenes lectores en lugar de afianzarla. Lo que el redactor quería era precisamente ese afianzamiento.

Por fin, decidieron encargar una novela.

El mensajero de la redacción se apresuró a citar a un escritor moldavo, y ya al día siguiente el moldavo estaba sentado en el flamante diván del gabinete del redactor.

– Usted comprende, – trataba de hacerle comprender el redactor – tiene que ser impactante, fresca, llena de aventuras interesantes. En resumen, tiene que ser el Robinson Crusoe soviético. Tiene que ser tal que el lector no pueda sustraerse de ella.

– Un Robinson… se puede hacer,- dijo escuetamente el escritor.

– Bueno, pero no simplemente un Robinson, sino el Robinson soviético.

– ¡Hombre, eso se sobreentiende! ¡No va a ser rumano!

El escritor no era muy hablador. En seguida, se daba uno cuenta de que el trabajo era para este hombre.

Y, en efecto, la novela estuvo a tiempo en la fecha prevista. El moldavo no se desvió mucho de la gran obra original. Robinson era Robinson.

Un joven soviético sufrió un naufragio. Las olas lo llevaron a una isla desierta. Él, solo, indefenso, ante el rostro de la poderosa naturaleza. Le rodearon peligros: animales salvajes, lianas, amenazante período de lluvias… Pero el Robinson soviético, pleno de energía, superó todos los obstáculos que parecían insuperables. Después de tres años, una expedición soviética lo encontró, y lo encontró además en su plenitud. Había conquistado la naturaleza, había construido una casita, la había rodeado con un anillo verde de huertas, había criado conejos, se había confeccionado una camisa tolstoiana con rabos de monos y había enseñado a un papagayo a despertarle por las mañanas con las palabras: «¡Atención! ¡Tiren las sabanas! ¡Tiren las sabanas! ¡Empezamos la gimnasia matutina!»

Fenomenal, – dijo el redactor,- y lo de los conejos sencillamente extraordinario. Todo a tiempo… pero, sabe usted, no tengo del todo clara la idea central de la obra.

– Pues la lucha del hombre con la naturaleza, – dijo el moldavo tan parco en palabras como siempre.

– Sí, pero ahí no hay nada de soviético.

– ¿Y el papagayo? Es él quien para mí sustituye a la radio. Es un experimentado transmisor.

– El papagayo sí que está bien. Y también está bien el anillo de huertas… Pero no se sienten las obligaciones sociales soviéticas. ¿Dónde está por ejemplo el Comité Local del Partido Comunista? ¿El liderazgo de los sindicatos profesionales soviéticos?

El moldavo, de repente, se mostró agitado. Ahora bien, cuando se dio cuenta de que ellos podían no aceptar la novela, sus reticencias desaparecieron inmediatamente. Se volvió consecuente.

-¿Y de dónde vendrá el Comité Local del Partido Comunista?… porque la isla está desierta ¿no?

– Sí, totalmente cierto, está desierta. Pero tiene que haber un Comité Local del Partido Comunista. Yo no soy un artista de la palabra, pero en su lugar lo introduciría como elemento soviético.

– Pero si todo el tema se construye sobre el hecho de que la isla esté desiert…

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Aquí el moldavo miró a hurtadillas a los ojos del redactor y se detuvo un momento. Los ojos eran tan saltones, tanto se sentía allí el vacío y el azul de marzo, que decidió llegar a un compromiso.

– Sí, tal vez tenga usted razón, – dijo él levantando el dedo. – Pues claro. ¿Cómo no habré caído en ello inmediatamente? Del naufragio se salvan dos: Robinson y el presidente del Comité Local del Partido Comunista.

– Además de dos activistas del Partido, -afirmó fríamente el redactor.

– ¡Eh! – exclamó el moldavo.

– No hay «¡eh!» que valga. Dos activistas y una será la activista que recaude las suscripciones de los miembros del Partido.

– ¿Y para qué queremos una recaudadora? ¿A quién recogerá ella las suscripciones de los miembros del Partido?

– Pues a Robinson.

– A Robinson, le puede recoger la suscripción el presidente. Seguro que no se le da mal.

– Ahí es justo donde se equivoca, camarada moldavo. Eso es absolutamente intolerable. El presidente del Comité Local del Partido Comunista no debe gastar su talento con bagatelas y andar corriendo para recoger las suscripciones. Nos negamos a eso. Él tiene que ocuparse de la seria dirección del trabajo.

– Entonces incluiremos a la recaudadora… – aceptó sometiéndose el moldavo. – Eso es incluso mejor. Ella se casará con el presidente o, por qué no, con Robinson. Todo ello se leerá con alegría.

– No hace falta. No descienda al nivel de los chismorreos y al erotismo malsano. Deje que ella recoja sus suscripciones de los miembros del Partido y las guarde en la caja fuerte.

El moldavo se revolvió sobre el diván.

– Perdóneme, pero ¡no puede haber una caja fuerte en una isla desierta!

El redactor se quedó pensativo.

– Quieto, quieto, -dijo él, -en el primer capítulo hay un lugar maravilloso para que lo use usted. Junto a Robinson y a los dos activistas del Comité Local del Partido Comunista, las olas arrojan a la orilla diversas cosas…

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– Un hacha, una carabina, una brújula, una garrafa de ron y una botella con un remedio anti-escorbuto, – enumeró solemnemente el escritor.

– Tache el ron, – dijo rápidamente el redactor, – y además ¿qué es eso de una botella de remedio anti-escorbuto? ¿A quién le hace falta? ¡Mejor una botella de tinta! Y por supuesto la caja fuerte.

– ¡Se le ha metido bien la idea de la caja fuerte! Las suscripciones de los miembros del Partido se pueden guardar perfectamente en el hueco de un baobab. ¿Quién podría robarlas allí?

– ¿Cómo que quién? ¿Y Robinson? ¿Y el presidente del Comité Local del Partido Comunista? ¿Y los activistas del Partido? ¿Y la Comisión de Compra?

– ¿Pero también ella se salva? – Preguntó cobardemente el moldavo.

– También se salva.

Se hizo un silencio.

– ¡¿Y tal vez las olas arrojaron también una mesa para dar conferencias?!- respondió el autor con rencor.

– ¡Im-pres-cin-di-ble! Se trata de crear las condiciones necesarias para que trabaje la gente. Entonces, allí habrá una garrafa con agua, una campanilla y un mantel. Ojalá las olas traigan un mantel que le guste a usted. Quizá rojo, quizá verde. Yo no estorbo la labor artística. Pero lo que hay que hacer, querido amigo, en primer lugar es mostrar a la masa. Una amplia sección de trabajadores.

– ¡¿Y tal vez las olas arrojaron también una mesa para dar conferencias?!- respondió el autor con rencor.

– ¡Im-pres-cin-di-ble! Se trata de crear las condiciones necesarias para que trabaje la gente.

– Las olas no pueden arrojar a la masa, – insiste el moldavo. – Eso va bastante en contra del tema. Píenselo bien. ¡Las olas de repente llevan a la orilla a algunas decenas de miles de personas! Eso haría reír hasta a un gato.

– A propósito, una pequeña cantidad de risa sana, alegre y vivificante, – añadió el redactor – nunca está de más.

– ¡No! Las olas no pueden traer cosas de esas.

– ¿Y por qué las olas? – se sorprendió de repente el redactor.

-¿De qué otra forma entonces aparecerán en la isla? ¡¿La isla está desierta?!

-¿Pero quién le ha dicho a usted que la isla esté desierta? Hay algo que usted no me está entendiendo. Todo está claro. Existe una isla… incluso mejor… una península. Así todo está más tranquilo. Y allí ocurren una serie de aventuras reseñables, frescas e interesantes. Funcionan los sindicatos, pero a veces no es suficiente solamente funcionar. La activista expondrá una serie de discrepancias, bueno, es decir dentro del ámbito de la recaudación de las suscripciones de los miembros del Partido… La ayudarán amplias secciones. Y también el arrepentido presidente. Y, por fin, se podrá dar la recaudación general. Esto resulta muy efectivo precisamente en las relaciones artísticas. Bien, eso es todo.

– ¿Y Robinson? – murmuró el moldavo.

– Sí, qué bien que me lo ha recordado. A mí, Robinson me desconcierta bastante. Quítelo del todo. Este personaje tan protestón es incongruente, no hay nada que lo justifique.

– Ahora ya lo he comprendido todo – dijo el moldavo con voz sepulcral, – estará listo para mañana.

– Bueno, pues fenomenal. ¡A crear se ha dicho! A propósito, al principio de la novela ocurría un naufragio. Sabe… no hace falta que haya naufragio. Hágalo sin naufragio. Así será más divertido ¿No cree usted? Perfecto, pues. ¡Hasta luego, entonces!

Una vez se quedó solo, el redactor se sonrió alegremente.

– Finalmente, – dijo él, – tendré una auténtica aventura y rebosante, además, de cualidades literarias.

FIN