Cuidar de las historias es primero cuidar de sus palabras; saber, como decía Virginia Woolf que están llenas de ecos, de recuerdos, de asociaciones, pues durante siglos han estado en los labios de la gente, en sus casas, en las calles, en los campos.
A Knowmad Progress
El concepto clave de storytelling se ha convertido en un lugar común. Cualquier excusa es buena para hablar de contar historias y de su necesidad. No hay proyecto ni cofradía del marketing o la comunicación que no lo inscriba entre sus Diez Mandamientos. Con toda la razón.
Sin embargo, cuando se contrasta teoría y praxis y uno se enfrenta a la realidad de las historias que se cuentan, aflora la decepción y el sentimiento de que hay una lección que no se ha aprendido. La narración es un entramado complejo, una bóveda celeste, de toda suerte de tonalidades y texturas. Por debajo de ella, sustentándola no hay otra cosa que palabras.
Quien no tenga ese don de ajustar la maravilla de las palabras de una lengua antigua como la nuestra a las tremendas exigencias comunicativas de nuestro presente no podrá dedicarse al storytelling.
A Knowmad Progress
Cuidar de las historias es primero cuidar de sus palabras; saber, como decía Virginia Woolf que están llenas de ecos, de recuerdos, de asociaciones, pues durante siglos han estado en los labios de la gente, en sus casas, en las calles, en los campos. Quien no tenga ese don de ajustar la maravilla de las palabras de una lengua antigua como la nuestra a las tremendas exigencias comunicativas de nuestro presente no podrá dedicarse al storytelling.